jueves, 25 de noviembre de 2010

LUIS BATLLE BERRES - Discurso en su Homenaje a cargo de Luis Bernardo Pozzolo

"Señor Presidente, señoras y señores Legisladores; señor Presidente de la República; señores Ministros; a la distancia, afectuosamente, señora Matilde Ibáñez de Batlle Berres; amigo y compañero del Senado, doctor Jorge Batlle Ibáñez; familiares todos de Luis Batlle; señoras y señores:
no podrán nunca ustedes imaginar el honor y la emoción de esta extraña mezcla de tristeza y alegría que me dominan en este momento solemne de la Asamblea General, cuando en nombre de mi Partido debo trazar una semblanza de Luis Batlle con motivo del centenario de su nacimiento.

No es ésta una simple forma de decir; es realmente una actitud del alma, postrada como en una oración laica, toda ocupada en este instante por la devoción personal, partidaria y patriótica a aquel gran ciudadano, uno de los más connotados en la historia uruguaya de este siglo que se va.

El año 1897, cuando nace don Luis, es fermental para el Uruguay por más de un motivo. La República era todavía en su forma institucional una figura incroncreta. El claro mandato que llegaba de los campamentos y de los fogones artiguistas no terminaba de definir sus perfiles. Fue un año de revoluciones entre marzo y setiembre. Tres Arboles, Arbolito, Cerro Colorado, Cerros Blancos, Hervidero y Aceguá señalan alternativamente, entre caudales de sangre y de coraje, triunfos de unos y de otros, revolucionarios y fuerzas del Gobierno, sin resolver el destino de la revolución.

En aquel año de 1897 muere asesinado el Presidente Idiarte Borda. Veinte mil personas, muchas para esa época, desfilan en Montevideo en reclamo de paz. El Pacto de La Cruz pone fin a la revolución, aunque vendrían otras. El Gobierno prohíbe al Partido Colorado manifestar. Restringe por decreto las libertades de prensa. Reprime a los sindicatos y clausura "El Día", que a once años de fundado por José Batlle y Ordóñez, tras la rebelión de El Quebracho, termina de inaugurar una impresora para doce mil ejemplares.

Está próxima a su fin la vida de Juan Manuel Blanes, el pintor de la patria, a la sazón de sesenta y siete años. Florencio Sánchez, de veintidós años, anda de revoluciones. Brillan ya los talentos de José Enrique Rodó, de veintiséis años, y de Carlos Vaz Ferreira, de veintisiete, Batlle y Ordóñez, por su parte, termina de cumplir cuarenta y un años.

Aquella sociedad en gestación no llegaba aún a los novecientos mil habitantes, de los que doscientos sesenta mil se asentaban en Montevideo, la gran aldea. Véase cuán sugestivo es esto, por lo que vamos a comentar después: 1897 es también el año en que se dicta la primera ley que permite la importación de trigo para semilla.

Este es el paisaje, el escenario o mural ante el que asoma a la vida Luis Batlle, con raíces patricias y tronco de algarrobo. El nuevo siglo empezó mal para él. A los tres años pierde a su madre. Luis Batlle y Ordóñez, su padre fallece cuando don Luis tenía apenas doce años. Frente a aquel gran desamparo, recibe el abrigo de un inmenso cariño y el futuro magisterio político que hará de él el formidable luchador que fue: don José Batlle y Ordóñez lo acoge en su casa.

También había quedado atrás la reforma revolucionaria de 1903 y 1904. La muerte de Aparicio en Masoller apaga en congojas el espíritu revolucionario y sobreviene la paz de Aceguá. El país deja definitivamente en el pasado los enfrentamientos sangrientos entre hermanos, y en el rumoroso latir de nuevas ideas, de otras formas de convivencia y de diálogo, asoma su rostro el Uruguay moderno.

Si tuviera que reflejar en algo, a modo de símbolo, lo que fue aquella transición entre uno y otro tiempo, alcanzaría con que paseara los ojos por este augusto edificio, la Casa de todos los
uruguayos, que se mandó construir con un presupuesto de $ 1:300.000, en seguida que se hubieron apagado los fuegos de la última revolución. Las bases de nuestra revolución política están aquí, y a esta augusta institución honró don Luis Batlle por un largo período.

Cuando Batlle y Ordóñez iniciaba su segunda Presidencia en 1911, Luis Batlle estaba a su lado haciendo su primeras armas. Apenas traspasados los umbrales de la adolescencia se emtregó con toda la energía de su cuerpo y de su espíritu a una causa, la gran causa batllista, que era y sigue siendo una gran voluntad de servir al país.

Ya en 1923 estaba aquí, ocupando una banca de Diputado. Cuenta doña Matilde que por ese tiempo lo conoció, en la calle. "Luego lo encontré en varios lados" -dice- "pero al principio no sabía quién era. Parecía muy atractivo y quería saber más de él. Una vez lo vi en un palco que estaba reservado para el diario "El Día" en el Teatro Solís y ahí supe que trabajaba allí, pero como Batlle en esa época andaba muy modestamente vestido, pensé que era un obrero del taller que trabajaba en las máquinas". Aquel joven así descrito, de modo tan cariñoso, era el Jefe de Redacción y Secretario General de "El Día"; Batlle lo había puesto allí.

Convertido de ese modo en uno de los principales colaboradores de Batlle y Ordóñez, participaba en la creación de grandes leyes, entre ellas aquella que dispuso en 1931 la fundación de ANCAP, a la que don Luis se dedicó con gran tenacidad.

Este fue, entonces, tanto en lo familiar como en lo político, el comienzo de una vida plena, de una existencia que se iba haciendo cada vez más grande con el andar del tiempo, después de cada combate y que se acrisoló en coraje cívico y trasmitió, hasta el minuto final, la persistencia de un político de raza, inspirándose en la obra regeneradora de su tío, don Pepe, el más grande estadista uruguayo; y se encaminó a construir, cuando estaba por iniciarse la segunda mitad de este siglo, lo que se ha dado en llamar el "segundo batllismo".

Cuando el golpe de Terra barrió las instituciones y Brum se inmoló, Batlle fue llevado a prisión y después desterrado a Brasil, desde donde viajó a Buenos Aires a reunirse con su joven familia. Fueron años de duras pruebas; lo acosaban las privaciones. Se ganó la vida escribiendo con un falso carné de periodista.

Volvió en 1936, sin nada que no fueran sus sueños y determinaciones, y con $ 7.000 prestados compró Radio Ariel: otra lucha empezaba. Dado que algunos compañeros ya se han referido a ella, ahorro a la Asamblea la acumulación de palabras.

Sí quiero referirme a su condición de gran caudillo; a todas las pruebas de su valor personal, su tolerancia, el contenido ético que tuvo cada día, cada minuto de su vida.
Sucesor en el Gobierno de la República de otro gran dirigente batllista, don Tomás Berreta, Luis Batlle gobernó en tiempos de bonanza económica. Volvió a dirigir los destinos del país en años de crudas dificultades y concluyó su vida en una banca de Senador, peleando a brazo partido por llevar otra vez a su Partido al Gobierno, tras las derrotas electorales de 1958 y 1962.

Tuvo una obsesión, el irrenunciable mandato que se da a sí mismo y trasmite a los demás un hombre cabal: defender las instituciones, afianzar las libertades, vivir rodeado del pueblo para hacer de la democracia un ejercicio vivo, crear fuentes de trabajo apoyando la industria y el agro, comprender y proteger al débil, amar al país, por encima de cualquier otra cosa.

No fue por obra del azar que bajo su Presidencia el Uruguay registrara un formidable adelanto industrial, el más potente de toda su historia. Ni fue tampoco casualidad que nuestros campos se cuajaran de espigas como resultado de una política de financiamiento del crédito, buenos precios y seguridad de mercado, lo que hizo la prosperidad de miles y miles de uruguayos. Para eso utilizó todos los medios que entonces eran posibles: el subsidio, la defensa ante las barreras arancelarias, el control de importaciones, el doble tipo de cambio.

Su visión era la de un país con chimeneas activas; quería una República empeñada en vender el trabajo de su gente y no sólo carne y lana sucia. Para ello levantó la consigna de industrializar el país. Alzó tribunas en cada rincón y desde ellas, en una clásica actitud suya, con los brazos en alto, los puños crispados y la esperanza del mensaje, defendía el derecho de exportar el trabajo de nuestros obreros y salvaba de la quiebra a LANASUR, estimulaba el nacimiento de SADIL y permitía el reequipamiento industrial, el más vigoroso que se dio en toda la Latinoamérica de entonces.

Al tiempo de todo esto, araban y se sembraban otros terrenos. Hacia él, por la vitalidad de su ejemplo y la claridad de su mensaje, convergían hombres y mujeres de todas las generaciones y de los más variados matices ideológicos. Cierta vez dijo Luis Batlle: "El que tenga sentimientos de izquierda, que venga con nosotros; el que tenga sentimientos de centro, que venga con nosotros, y el que tenga sentimientos de derecha, que también venga, y todos juntos construiremos el país".

Se le criticó un poco por eso; parecía irracional. Pero el andar de los años mostró cuánta razón tenía: cuando el país, o parte de él, abandonó su esquema policlasista y entró en la guerra de clases, se enturbió la convivencia y todos sabemos lo que perdimos.

Más allá de las pasiones encontradas que despertaba, de sus duelos, del coraje que ponía en sus discursos y en su pluma, Luis Batlle hizo de la tolerancia una magnífica forma de ser y de vivir.

Por esta tierra en aquel tiempo desfilaban y se afincaban los republicanos españoles, de cuño socialista, que batallaban contra la dictadura de Franco; los perseguidos del nazismo; los italianos de inclinación fascista que escapaban de las represalias, después de la guerra; los argentinos que resistían al Perón de la primera época. Tierra de paz y promisión, asegurados todos los derechos y todas las libertades, los conflictos de esa gente encontraban en Luis Batlle la postura franca y abierta de un demócrata cabal. El se preocupaba de integrar a los inmigrantes y de amparar a los perseguidos.

Esa forma de ser lo llevaba a estar siempre atento al latir de las nuevas generaciones. Parecía rejuvenecer en la contienda dialéctica con los muchachos. Su afán de renovar el Partido, de abrir caminos a los jóvenes para introducirlos en el quehacer y en la responsabilidad partidarios, eran permanente obsesión en él. A Zelmar lo fue a encontrar en las trincheras sindicales; a Teófilo Collazo lo detectó en los tumultos de la FEUU; a "Maneco" Flores Mora lo extrajo de las utopías de "Marcha".

Al tiempo de dar posibilidades, sabía también crear deberes. Llamaba muy temprano a sus Legisladores para encomendarles tareas. Una vez, recién establecida la ALALC, llamó, por su lado, a Paz Aguirre, al doctor Sanguinetti y a mí. Se hacían reuniones informativas sobre ALALC en el Victoria Plaza, en horas muy tempranas de aquel invierno. Nos pedía que no dejáramos de ir: él quería saber de qué se trataba.

Al cabo de unos cuantos madrugones, lo visité en su despacho de Radio Ariel para ponerlo al corriente de mi aprendizaje. Se dispuso a escucharme con mucha paciencia y con atención, pero, a poco de empezar a contarle, me di cuenta de que don Luis sabía de ALALC todo lo que se debía saber; sólo había querido obligarme a que fuera a aprender.

"Acción", que fundara en 1948, es otro hito en la vigorosa presencia de don Luis en la República. Ya ha sido recordada esta etapa de su vida, por lo que ahorro a la Asamblea la reiteración de referencias. Permítaseme, sí, expresar con intensa emoción, con honda nostalgia, lo que fueron aquellos días en que unos cuantos jóvenes que nos formábamos a su lado, nos lanzábamos llenos de sueños a la arena periodística, contagiados del ardor y del sentido de responsabilidad con que él sabía impregnarnos.

Al final, vinieron para don Luis años muy duros. Me ubico mentalmente hacia el final del Gobierno colorado, que había sido elegido en 1954, con don Luis al comando desde su gloriosa Lista 15. Se había deteriorado la economía del país; enfrentado a la caída de los precios internacionales, hostigado por la sucesión de huelgas, desbordado por las movilizaciones estudiantiles, duramente atacado desde afuera y desde adentro de su Partido, se echaron a correr rumores que ponían en duda la entereza moral de aquel gran hombre. Se hizo comidilla de la fortuna de Luis Batlle. Se habló de su participación en negociados, de posesión de valiosos edificios en el exterior, etcétera.
Y sobrevino la derrota electoral y Luis Batlle estuvo desde 1959 a 1964 sentado en una banca del Senado, fuerte y airoso ante todas las tormentas, dando en cada minuto una batalla por su dignidad, tan injustamente ultrajada. Pero no sólo eso: tolerante con todos, cuando se instaló el nuevo Gobierno el 1º de marzo de 1963; estando encabezada la gestión del Ministerio de Hacienda por Ferrer Serra, éste lo visitó en su despacho de Radio Ariel y le trasmitió las dificultades que tenía para gobernar, y Luis Batlle se puso a la orden del Gobierno, porque para él lo primero era el país.

Ya sabemos cuán modesta fue la sucesión de don Luis Batlle y el destino de su casa en Camino de las Tropas, convertida hoy por el Estado en un austero sitio para el aprendizaje, como antes lo fue cuando aquel gran hombre la habitara.

Y después, su muerte. Me cuesta hablar de ella. Es demasiado fuerte para mí renovar el espanto de aquel aciago 15 de julio de 1964. Había caído luchando hasta el último minuto. Unos días antes, en una asamblea de jóvenes había dicho: "Dejo las banderas del Partido en vuestras manos nuevas y sanas".

El día antes de morir había recorrido Canelones en compañía de "Lalo" Paz Aguirre. Tres meses antes, en marzo, la Lista 15 había organizado un congreso en Salto. Allá fuimos Senadores y Diputados, en un ómnibus, acompañando a don Luis. Yo no pude llegar; al pasar por Paysandú, una cartelera ubicada en la puerta del telégrafo anunciaba la muerte de Zoilo Chele, líder de mi grupo en Soriano, que había sido Jefe de Policía, Intendente, Consejero Nacional de Gobierno, junto a don Luis, y Senador. Don Luis me hizo regresar, encomendándome que hablara también en su nombre esa noche, aquí, en el acto de homenaje que se le iba a rendir.

Dos o tres días después, ya en Montevideo, me encuentro con Luis Hierro Gambardella, quien me expresó una honda preocupación. No había visto bien a don Luis en Salto. En el teatro donde se había desarrollado el congreso lo había visto interrumpir casi bruscamente su discurso y buscar el auxilio de una silla. No obstante, siguió toda la actividad. Esa noche estuvo en un local partidario y cuando, en la forma galana con que sabía hacerlo, don Luis Hierro Gambardella le significó a don Luis su preocupación y la necesidad de que se tomara algunos días de descanso, don Luis le contestó: "Esta tarea de servir al país no tiene descanso. En el Partido no hay vacaciones".

Después de no haber descansado a partir de ese momento, falleció a los tres meses. Pero, ¿es que realmente fue así? ¿Es que realmente mueren los hombres de gran espíritu? ¿Se derrumban y desaparecen los obeliscos?

A propósito de esto, permítaseme una referencia final.
Hace pocos meses, en ocasión de tributarse en este mismo escenario un homenaje al doctor José Pedro Cardoso, cuya desaparición física se había producido unos días antes, di algunos detalles de un episodio que no me resisto a renovar. También lo ha mencionado el señor Diputado Chifflet hace pocas horas en esta Sala.

La autoridad ejecutiva del Partido Colorado había resuelto realizar un homenaje a Luis Batlle en oportunidad de cumplirse diecinueve años del día en que había fallecido; esto fue el 16 de julio de 1983. En horas de la tarde, la Convención iba a rechazar el propósito anunciado por el gobierno de facto de reformar la Constitución de la República sin el indispensable plebiscito popular. El homenaje se realizó en horas de la mañana y se me había encargado el discurso. Jorge, Julio, Tarigo y yo habíamos convenido que era aquella una buena oportunidad para empezar a lanzar desafíos cívicos a la dictadura. Pesaban demasiado ya, por largas y por duras, las cadenas del régimen dictatorial. En la Convención hicimos todo el discurso en homenaje a don Luis en plural, pues había que darle coherencia con la frase final que era más o menos la siguiente: "Y ahora iremos a pie hasta el Obelisco a depositar allí un clavel colorado en memoria de don Luis". Esta unidad del discurso, después de las indagatorias, me salvó de una larga temporada a la sombra. A partir de esas palabras, en la Convención, ardió el entusiasmo; la Sala, que estaba colmada, se levantó dando gritos y nos encaminamos hacia el Obelisco. La columna se iba agrandando con personas que andaban por la calle. Una radio había trasmitido el acto y muchos ciudadanos abandonaron de prisa sus casas y se dirigieron a la avenida 18 de Julio. Se abrían las ventanas de los altos edificios, nos saludaban y caían flores; había vivas para Luis Batlle. Se había formado una caravana de automóviles y ululaban las sirenas. Algunos policías mimetizados nos tomaban fotos, particularmente a doña Matilde, a Jorge y a mí. A la cabeza de la manifestación iba doña Matilde, también Sanguinetti, Jorge, "Lalo" Paz, Hierro Gambardella, "Maneco" y muchos otros. Cuando llegamos al pie del Obelisco, el ahora Presidente de la República, mi querido amigo Julio María Sanguinetti, me entregó un clavel y me dijo: "Te has ganado el derecho de poner esta flor". Yo le contesté: "¿Sabés una cosa, Julio? Por un momento me pareció que don Luis venía al lado de doña Matilde, encabezando la manifestación". Juro que, en efecto, así me había parecido. Mi imaginación lo había visto en un fugaz instante, a paso seguro, sombrero en mano, la mirada alzada hacia el horizonte, como indicando un camino.

Ahora, señor Presidente, estoy bajo la mismo emoción; siento que don Luis está aquí para estimularnos en la tarea de proteger las instituciones y hacer crecer a la República. Sí; está aquí. Está. Está en el ejemplo de una vida de sacrificios, de entrega total a la causa pública, de identificación plena con su Partido Colorado, de realizaciones que forman parte de lo mejor de esta querida República.

Señor Presidente, señores Legisladores: con el debido respeto al pensamiento político de cada uno de ustedes y por la honda devoción y gratitud que guardo a la memoria de aquel gran ciudadano, permítanme que suelte un grito que me viene del fondo del corazón: ¡viva Luis Batlle! "


Asamblea General, Sesión Solemne del 26 de noviembre de 1997

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